5 Julio 2018

    Acerca del duelo y la muerte

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    Hay cosas que no se entienden hasta que te tocan de cerca o te tocan de verdad. Se puede compartir la pena, se puede intuir el dolor, se puede imaginar el sufrimiento, podemos empatizar con el malestar ajeno, pero cuando el dolor lo llevamos dentro, lo generamos nosotros, los sentimientos adquieren la categoría de únicos. Si además lo prematuro y lo inesperado potencian el sufrimiento, los sentimientos son inalcanzables. Así nos encontramos tras la pérdida de un compañero y un amigo, Jose.

    Llamamos pérdida, al dejar de disponer o tener algo que poseíamos. Cuando la pérdida tiene que ver con un ser querido, entramos en duelo (dolor y reto), proceso adaptativo de procesos psicológicos que afectan nuestra vida a través de lo que pensamos, sentimos y hacemos. Incluso en el desarrollo de un duelo “normal”, que se resolverá en el transcurso de un cierto tiempo (inferior a 6 meses), se puede dar incredulidad, confusión, preocupaciones, búsqueda de la distracción, aislamiento, soledad, tristeza, enfado, sentimientos de culpabilidad, autorreproches, impotencia, anhelo e incluso síntomas físicos del tipo debilidad muscular, falta de energía, sensaciones de opresión en algunas partes del cuerpo, etc.

    Con respecto a la muerte, la mayor de las pérdidas, las culturas y las creencias predisponen hacia la aceptación o hacia el rechazo. Algunas ven la muerte como el fin de la vida y otras como el paso a una nueva vida, un tránsito o un trámite necesario. Desde una perspectiva de apego, como la occidental, hacia todo, la familia, las propiedades, la muerte reúne todos los números para constituirse como una fuente de trauma y dolor. Y el duelo, entre otras cosas,  exigirá reconstruir o reorganizar el apego, los vínculos afectivos, las relaciones sociales.

    El duelo es un momento complejo, inevitable, personal y transitorio. Tanto si te han diagnosticado una enfermedad grave o está inmerso en una pérdida dramática o catastrófica, te será difícil esquivar la tristeza, la ansiedad, el desinterés en general y una cierta desesperanza hacia el futuro. Podrás ir de más a menos o de menos a más emocionalmente hablando, eso no está en tus manos, pero si depende algo de ti que puedas adoptar una actitud de afrontamiento positivo o por el contrario derives hacia estrategias de afrontamiento negativo, a evitar, como la nostalgia, la culpabilidad, la ira, el aislamiento, las adicciones o el abuso de medicamentos. Para Echeburúa y Herrán (2007), algunas estrategias para el afrontamiento positivo son: la aceptación y resignación (RAE: conformidad, tolerancia y paciencia ante la adversidad); el compartir la experiencia del dolor y la pena; reorganizar el sistema vivencial; reinterpretar el suceso de forma positiva; establecer nuevas metas y relaciones; y no aislarse, buscando el apoyo social.

    La normalidad nos vendrá cuando seamos capaces de depositar y fijar el hecho traumático a una parte del pasado, cuando seamos capaces de dejar de arrastrar un tiempo anterior al momento presente. Recuperar las ganas de salir, de verse con gente, dormir mejor, tener ganas de comer y recuperar el apetito, poder reir, serán indicadores de retorno y vuelta a la normalidad. Si todo esto se demora, el tiempo pasa sin mejoría y las personas cercanas nos piden algún cambio, estaremos ante otro tipo de indicadores, esta vez, el de petición de ayuda profesional.

     

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